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lunes, 31 de mayo de 2010

Análisis: Cambiar para sufrir

Por Fernanda Niembra
El cambio de Australia de la OFC (Confederación de Fútbol de Oceanía) a la AFC (Confederación de Fútbol de Asia) ha supuesto para los australianos un aumento de la exigencia competitiva, ya que los combinados asiáticos suelen tener una mayor y cada vez más importante cultura futbolística. De este modo, los australianos dejaron atrás sus paseos triunfales por las islas oceánicas para enfrentarse a selecciones con algo más de calado, sumado al aliciente de poder soñar, además, con la clasificación directa para la Copa Mundial de Fútbol.
No obstante, el cambio de confederación no ha evitado a los Socceroos volver a padecer los rigores del repechaje. Una decepcionante clasificación, marcada por el polémico doping positivo de Carl Williams y por una seguidilla de empates inexplicables, lastraron las esperanzas de Australia, que tuvo que conformarse con una clasificación in extremis para la repesca, por diferencia de gol.
El rival, Uruguay, no era un hueso fácil para el equipo de John Whiscoigne. El entrenador inglés, sin embargo, no perdió su aplomo y prometió a sus fieles seguidores la presencia australiana en el Mundial. Para ello, apostó por el bloque habitual, con el veterano Max Gibson ejerciendo de organizador en lugar del lesionado Williams. El primer partido, en casa, fue desastroso: Uruguay jugó a mantener el cero en su arco, y Australia fue incapaz de crear peligro. La prensa inglesa (la australiana, a decir verdad, no prestó mucha atención al asunto) atacó duramente a Whiscoigne y exigió su dimisión, acusándolo de haber desperdiciado una oportunidad de oro. The Sun llegó a recomendar a la Federación de Fútbol de Australia la contratación de técnicos ganadores, como José Mourinho o Ramón Díaz.
Sin embargo, el inglés se mantuvo firme en su puesto y en sus convicciones y planteó un serio partido de vuelta en Montevideo. Uruguay se mostró mucho más ofensivo, aunque sin ideas claras, y el bloque destructivo conformado por los australianos, con cinco mediocampistas (dos de ellos defensivos) terminó por liquidar la circulación de balón, el ritmo del partido, los avances charrúas y el fútbol en general.
Cuando el encuentro acabó cero a cero y todo quedó por definirse en la ronda de penales, Whiscoigne se mostró satisfecho. Sabía que la lotería no dejaría mentir a un caballero británico, y que su promesa de estar en el Mundial ya era un hecho. Y así fue: un zapatazo muy desviado del zaguero uruguayo Wellington Garaycoechea, que mandó el balón por encima del travesaño, dejó mudo al Estadio Centenario y a Australia dentro de la competición futbolística más importante del mundo.
Si hay una enseñanza positiva de esta experiencia es que Australia ya está empezando a sentir que el fútbol es algo más que golear a Samoa Occidental o a las Islas Fidji: el fútbol es sufrimiento.
Wellington Garaycoechea, después de fallar el penal clave que clasificó a Australia para el Mundial.

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