El fútbol es pasión, es emoción, es Pelé y Maradona, Beckenbauer y la Tota Fabbri, es veintidós tarados corriendo atrás de una pelota, es la pelota que no se mancha, es cobrar mancha en la cancha sin revancha, es la derrota y la victoria, y el empate que tiene gusto dulce o amargo como un mate servido por dos cebadores distintos en una ronda vernácula de partidos que no acaban nunca como una frase sin signos de puntuación.
Si en Australia no se vivieran canguros ni koalas, si en Australia los coches no circularan por la mano izquierda, si Australia no fuera una isla llena de australianos, si Australia fuera un país futbolero y no footballero, quizás en Australia habrían podido gozar de ese porte, de esa elegancia, de ese gesto serio y adusto, de esa mirada penetrante, de esos rasgos casi divinos que inmortalizaron al Jugador Que No Fue como uno de los grandes del fútbol australiano.
Habría nacido en Brisbane, o quizás en Perth, y habría machacado la bocha en el potrero con ojitos de sueño, imaginando la gloria máxima en la máxima gloria, mientras gambetaba la suerte de la pobreza entre latas de Fosters vacías que llenaba con sus anhelos de pibe y de ilusión. ¡Qué lindo es el fútbol cuando se vive con la inocencia del que sólo vive del fútbol!
Y ahí, alejado del mundanal ruido, vestido con su camiseta del Perth Glory, habría comenzado a tejer la historia del mayor ídolo que jamás tuvo el fútbol de Australia, contagiando su fantasía a toda una nación, llevándola detrás de su cuero gastado hacia el estrellato, a la Cruz del Sur y más allá.
Y ahí, alejado del mundanal ruido, vestido con su camiseta del Perth Glory, habría comenzado a tejer la historia del mayor ídolo que jamás tuvo el fútbol de Australia, contagiando su fantasía a toda una nación, llevándola detrás de su cuero gastado hacia el estrellato, a la Cruz del Sur y más allá.
Pero va a ser que de eso en Australia no hay.
‘La Tota’ Fabbri y su elegante porte, quien suponemos que tiene algo que ver con la semblanza de hoy (Nota del Editor).
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