El señor John Whiscoigne es un insensible. Australia quería regalar una victoria, o al menos un gol, a la memoria de Carl Williams, el mejor jugador que alguna vez vistió la camiseta amarilla. Pero el desalmado pirata planteó un partido para que Williams se revolviera en su tumba.
¿Acaso el Lord inglés olvidó el objetivo, el goal, de este deporte? ¿A qué juega Whiscoigne? ¿Es que en sus etílicos divagues piensa que se puede ganar un partido sin meter la pelota entre los palos? Lo voy a decir con todas las letras: lo que se vio ante Serbia es, sencillamente, el antifútbol. Este estilo de juego nos lleva en autopista al Infierno.
Sólo Heath Jackman puede continuar con la huella de buen fútbol que inició Williams, y que necesita esta selección de perros de presa sumisos. Pero el amarrete de Whiscogine lo reserva para los últimos quince minutos y lo envía a marcar a los defensores. Así no.
Desde esta página llamo a la desobediencia civil. Los Socceroos tienen que dejar de obedecer los delirios de Whiscoigne y jugar según se lo dicta su instinto predador. Hay que atacar, hay que hacer goles, hay que ganar. Nos queda un partido, sólo un partido. Si no ganamos, nos volvemos a casa.
Desde esta página llamo a la desobediencia civil. Los Socceroos tienen que dejar de obedecer los delirios de Whiscoigne y jugar según se lo dicta su instinto predador. Hay que atacar, hay que hacer goles, hay que ganar. Nos queda un partido, sólo un partido. Si no ganamos, nos volvemos a casa.
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