Por Fernanda Niembra
Alemania es el rival de Australia en la final. Un rival temible, experto en este tipo de encuentros. Y viene de superar a un duro contrincante en el tiempo reglamentario, sin alargues agotadores ni penales azarosos.
Así es: en la otra semifinal, Alemania se impuso a Camerún por dos goles a uno. Los africanos no eran cualquier equipo: venían de eliminar sorpresiva y merecidamente a una Holanda muy confiada. Alemania, en cambio, venía con dudas, tras derrotar en los penales a la hermana selección suiza después de un empate a uno.
El entrenador alemán, Hans-Dieter Bohlen, celebra un gol de su equipo.
Cuando se vieron cara a cara, Camerún y Alemania se trataron con excesivo respeto, guardándose lo mejor para el tramo final. Mediando el segundo tiempo, los leones se adelantaron en el marcador tras una soberbia jugada colectiva. Pero enseguida se dejaron comer terreno por los europeos, que aprovecharon una sesión ingenua de un defensor al arquero para empatar el partido. A partir de entonces, Alemania atacó y Camerún contraatacó, en un vibrante intercambio de golpes que terminó a un minuto para el final, con un soberbio derechazo del nueve alemán, Jens Holzbein, que se clavó en el ángulo.
Su entrenador, Hans-Dieter Bohlen, es un hombre serio y pragmático, medido en sus declaraciones y poco dado al circo mediático. Seguramente estudiará a su rival con respeto, ajeno a lo que se comenta en la prensa, y planteará un partido práctico en el que, sin embargo, no renunciará al gol.
Pocas esperanzas hay, pues, para Australia. Podríamos decir que fue bueno mientras duró.
Pocas esperanzas hay, pues, para Australia. Podríamos decir que fue bueno mientras duró.
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