Una producción periodística de Señales de Humo, con la colaboración de Libreta de notas.

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jueves, 8 de julio de 2010

Vergonzoso empate de Australia

En el que muchos consideran el peor partido de la Historia de los Mundiales, Australia e Italia empataron sin goles. La FIFA pidió disculpas a los espectadores y prometió cambios.
Jugadores italianos intentan detener a Young en el único ataque de Australia en todo el partido.

(Rodolfo Frascara. ENVIADO ESPECIAL). Era de esperar un partido aburrido, táctico, como una pelea de boxeo en la que los púgiles se estudian con respeto. Incluso era previsible un empate en el tiempo reglamentario y un alargue cauteloso. Pero lo que se vio ayer fue realmente vergonzoso.
Ambos entrenadores plantearon un partido muy táctico y muy rígido.

Desde el minuto uno se vio que Italia aspiraba a ganar medio a cero. Los de la bota jugaban caminando, esperando a que los australianos salieran en tropel atolondrado a robarles la pelota. Pero los muchachos de Whiscoigne tenían órdenes de dejar hacer, de modo que los primeros veinticinco minutos de partido fueron un espectáculo de lo más bochornoso que se ha visto jamás en la historia del fútbol.
La jugada de mayor peligro fue una escapada inconsciente de Vincenzo Quadrifoglio, un talentoso extremo del Udinese, que encaró desde la banda al borde del área grande eludiendo a tres australianos, hasta que se topó con el relevo de Kinnear que la mandó al lateral y se acabó la historia.
El público empezó a silbar cuando comprobó que los dos equipos se prestaban la pelota, jugaban para atrás y no hacían más ademanes de ataque. Los comentaristas de televisión vociferaban que jamás habían visto nada más vergonzoso, cebándose especialmente con la campeonísima Italia, indigna selección aspirante a un nuevo título. Algún periodista radiofónico señaló que era así como conquistaba siempre sus mundiales, que no se podía esperar otra cosa, que estaban descansando para la final y que esperarían a los últimos veinte minutos de partido para acelerar la máquina. No fue del todo desacertado.
Conservador
El entrenador italiano, Giuseppe Fellini, no se animó a mover ficha.
El entrenador italiano, viendo la pasividad de una Australia turista, que había venido al partido como si se trataran de unos días extra de vacaciones, resolvió que no valía la pena hacer un desgaste físico innecesario. Si Australia no obligaba, mejor no ponerla en el compromiso. Marcar un gol demasiado pronto podía activar la ambición de unos australianos ensorbecidos y forzarlos a luchar por el empate, con el consiguiente esfuerzo para los italianos. En cambio, si esperaban un poco más, cuando llegara el gol los oceánicos se resignarían con naturalidad a quedar eliminados.
Así que, según captaron algunos micrófonos de ambiente, el coach trasalpino llamó a Quadrifoglio a la banda y le dijo algo así como: “Hasta el minuto veinte del segundo, no vuelvas a jugarte las piernas otra vez, ¿capisce?” Concluyó el primer tiempo envuelto en el abucheo generalizado de un público decepcionado. El único que parecía feliz era John Whiscoigne, que aplaudía a sus muchachos con energía.
Imperdonable
La segunda parte arrancó igual, y la silbatina del público se hizo constante a partir del primer pase atrás hacia el arquero. Garrett tuvo el honor de ser el blanco de los silbidos. Quadrifoglio se desesperaba en la banda y preguntaba la hora cada dos segundos, impaciente por enseñar su mejor repertorio de gambetas y desbordes.
Entonces llegó el minuto veinte. Whiscoigne intentó aplacar la silbatina del público simulando un renovado interés ofensivo, sacando del terreno de juego a Jackman (menos que intrascendente, para variar) e incluyendo al viejo Gibson. Pero el veterano tenía instrucciones de seguir en la misma línea, tocando con tranquilidad del círculo central para atrás, o esperando a los italianos detrás de la línea de mediocampo. Sin embargo, estos planes no durarían mucho.
Exactamente en el minuto veinte con treinta y cinco segundos, Quiadrifoglio se activó. Le llegó un balón limpio, arrastró a cuatro sorprendidos australianos hacia el centro, enganchó de zurda y sacudió un violento disparo de derecha que se fue pegado al palo. Colin Hay lo miró fijo y pensó que aquello significaba la guerra. Hizo un gesto a Garrett y el arquero mandó un pelotazo preciso para Doohan. El grandote la bajó para Gibson, que abrió de primera para Kidman. El muchacho la amasó y la prolongó por la banda para un Young que se asomaba como loco por el ataque. El centrocampista llegó a la línea de fondo y mandó un centro envenenado, que se fue abriendo de a poco para la aparición en carrera de Doohan. El cabezazo violento y abajo se encontró con la estirada providencial de Michele Andolini, el guardamenta azzurro.
Los jugadores de ambos equipos estuvieron muy atados a la estrategia y con poca movilidad. 

El entrenador italiano leyó en aquella jugada un mensaje claro y retiró a Quadrifoglio del terreno de juego para meter otro central. Volvió la silbatina.
La nada absoluta
Resulta complicado hacer la crónica de un partido en el que no pasó nada. El segundo tiempo se consumió en toques intrascendentes, jugadores literalmente parados en sus puestos, y pelotazos sin sentido al lateral.
Los minutos del alargue parecieron un entrenamiento; incluso hubo jugadores que aparentaban estar distraídos, conversando a un costado, cuando la pelota se hallaba lejos de su posición. El presidente de la FIFA, que encabezaba el palco de honor, tragaba saliva y pensaba cómo justificar la ausencia de emoción ante la prensa y los patrocinadores. Sólo la certeza de que todo acabaría en la tanda de penales parecía proporcionarle algo de alivio.
La definición
Australia e Italia parecían jugar a otra cosa.
Y llegaron los penales. El sorteo dio a Doohan el primer disparo. Acomodó el cuero en la marca de cal y tomó carrera mientras Andolini balbuceaba cosas de una sorella que el australiano no entendía. Casey Doohan se puso muy recto al balón, para despistar al arquero, avanzó con decisión y abrió la pierna izquierda a último momento, para dirigir su proyectil abajo y a un palo. Pero el disparo no le salió del todo bien, la pelota subió a media altura y Andolini, que se había jugado de casualidad a ese poste, alcanzó a pellizcarla para mandarla afuera. Regocijo entre los italianos.
Pateó el dos de Italia, fuerte y arriba, gol inapelable. Siguió Kennedy, esquinado a un ángulo, muy seguro. El nueve azzurro la estrelló en el palo y adentro. Colin Hay pateó al medio y abajo, y Andolini casi la saca con las piernas, pero sólo casi. El diez de los italianos, Toto Totti, un veterano de mil batallas, definió con una clase al alcance de pocos. Gibson empató transitoriamente el encuentro, con un disparo colocado y alto, con mucha rosca.
Pero el cinco de Italia se esforzó tanto por asegurar el resultado, alejando todo lo posible la pelota del largo cuerpo de Garrett, que acabó mandando su disparo directamente fuera. Kinnear cerró la tanda para Australia, cumpliendo con su parte no sin algo de suerte, pues su remate no fue ni muy fuerte, ni muy esquinado, pero sí al otro lado de donde había apostado por dejarse caer el pobre Andolini.
Por fin, con los australianos provisionalmente por delante, la responsabilidad de salvar el honor de Italia recayó sobre el once, Alberto Tarantino. Modesto jugador del Napoli, suplente durante las eliminatorias, se había hecho un hueco en el equipo titular gracias a la lesión del delantero estrella de la Roma y a un buen final de campeonato en su equipo. Todos los focos apuntaban a él para mantener a una de las selecciones europeas más laureadas dentro del campeonato del mundo. Se acomodó con esmero, concentrándose en la pelota, colocándola una y mil veces en el mismo sitio sin acabar de verla bien, evitando oír el espantoso silencio expectante que de pronto había ganado al estadio, eludiendo encontrarse con la mirada del (cada vez más) gigantesco guardameta australiano, refrenando el ligero temblor de piernas que le subía por las rodillas. Con la mirada fija en el césped, retrocedió siete pasos; después giró sobre sí, posó sus ojos en el balón, trotó despacio, simuló una paradinha e intentó pegarle a colocar sobre el poste izquierdo. Garrett no tuvo que esforzarse mucho para atrapar una pelota tan floja.
Reacciones
John Whiscoigne saltó como un loco, desaforado, exultante, y se abrazó con el cuerpo técnico y con los suplentes. Pero Garrett no acababa de caer en lo que había pasado y se disponía a seguir con la tanda de penales cuando vio a una marea de jugadores australianos que se abalanzaba sobre él.
Giuseppe Fellini, por su parte, se hundió incrédulo en el banco de los suplentes y no salió de allí hasta dos horas después de acabado el encuentro.
Mientras tanto, el presidente de la FIFA convocó una rueda de prensa urgente para disculparse ante los aficionados de todo el mundo por el bochornoso espectáculo que habían presenciado, y prometió que se tomarían medidas para evitar que algo así volviese a ocurrir. Entre ellas, comentó que se está trabajando con nuevos modelos de balones, más livianos e impredecibles, e incluso teledirigidos; también con nuevas reglas que complementen al offside pasivo, el activo y el sado-masoquista; por último, dijo que no se descarta la adopción de la expulsión aleatoria, el handicap por equipos o el sorteo de resultados iniciales que obliguen a uno de los dos contendientes a tener que remontar el partido.

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